En la segunda mitad del siglo IX, los reyes de Asturias, y en particular
Alfonso III, aprovecharon la debilidad de los emires cordobeses y ocuparon los
territorios que se extendían hasta el rio Duero. Se trataba de una zona
deshabitada que había sido abandonada por las guarniciones militares
musulmanas.
Para
controlar mejor el territorio y proteger a los campesinos, los monarcas astures
trasladaron la capital a León (854). El reino pasó a denominarse astur-leonés
y, más tarde, reino de
León.
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